Heidi

—Mi querido amigo —decía finalmente el doctor, de pie ante el Viejo de los Alpes—. Usted debe ver las cosas como son. Comparto con usted toda la alegría que nos procura la pequeña, como si yo fuera, después de usted, su más próximo pariente. Por lo tanto, quiero también compartir los deberes de preocuparme de su porvenir. Así tendré también derecho a ella y podré esperar que me cuide en los últimos días de mi vida, lo cual ha de constituir mi mayor placer. A cambio de esto, todo lo mío será para ella, por lo cual, tanto usted como yo, podremos abandonar tranquilamente este mundo.

El Viejo estrechó la mano del doctor. No pronunció palabra, mas su amigo pudo leer en sus ojos la emoción y la alegría profunda que acababa de causarle.

Durante esta conversación, Heidi y Pedro estaban cerca de la abuela de la choza. Una tenía tanto que contar y el otro tanto que escuchar, que no hallaban ocasión de separarse de la abuela. Heidi contaba a ésta todo cuanto durante el verano había ocurrido en los Alpes, ya que entonces muy pocas veces pudo bajar a la choza del cabrero.



eXTReMe Tracker