Heidi

Heidi le contó todo lo que había visto, y qué bonito era aquello, sobre todo el fuego que hubo un poco antes de oscurecer. Y quería saber de dónde venía aquel fuego, porque Pedro no había sabido qué contestar a sus preguntas.

—Verás —dijo el abuelo—, es un efecto de los rayos del sol. Cuando el sol se pone y da las buenas noches a las montañas, les envía sus últimos y más bonitos rayos para que no lo olviden hasta el día siguiente.

A Heidi le gustó mucho lo que su abuelo le había contado y apenas podía esperar la llegada del nuevo día para volver a subir a los campos de pastos y para ver otra vez cómo el sol daba las buenas noches a las montañas.

Pero, entre tanto, era preciso acostarse; la niña durmió toda la noche en el más dulce sueño sobre su lecho de perfumado heno y soñaba con las montañas grandiosas, de rocas carmesí, y sobre todo, con Cascabel y sus alegres piruetas.



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