El Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Este cuarto, un alargado local lleno de armarios y cristaleras, con un escritorio y un espejo grande inclinable en ángulo, recibía luz de tres polvorientas ventanas, protegidas con verjas, que daban a un patio común. Pero ardía el fuego en la chimenea y ya estaba encendida la lámpara en la repisa, porque también en el patio la niebla ya empezaba a cerrarse. Y allí, junto al fuego, estaba sentado Jekyll con un aire de mortal abatimiento. No se levantó para salir al encuentro de su visitante, sino que le tendió una mano helada, dándole la bienvenida con una voz alterada.

-¿Y ahora? -dijo Utterson apenas se fue Poole-. ¿Has oído la noticia?

Jekyll se estremeció visiblemente.

-Estaba en el comedor -murmuró-, cuando he oído gritar a los vendedores de periódicos en la plaza.

-Sólo una cosa -dijo el notario-. Carew era cliente mío, pero también tú lo eres y quiero saber cómo comportarme. ¡No serás tan loco que quieras ocultar a ese individuo!

-Utterson, lo juro por Dios -gritó el médico-, juro por Dios que ya no lo volveré a ver.

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