Resurrección

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XVII

Así transcurrió la tarde, y llegó la noche. El doctor se fue a dormir. Las tías se acostaron. Nejliúdov sabía que Matriona Pávlovna estaba ahora con ellas y, por tanto, Katiusha estaría sola en la habitación de las criadas. Salió de nuevo a la escalinata. Fuera estaba oscuro. El tiempo era cálido y húmedo, y el aire estaba impregnado de esa neblina blanca que suelen producir las últimas nieves en primavera o que se forma a causa del deshielo, invadiendo el aire. Desde el río, que estaba a cien pasos de la casa, al pie de la colina, se escuchaban extraños ruidos: se resquebrajaba el hielo.

Nejliúdov descendió la escalinata y, evitando los charcos, pisando la nieve congelada, se dirigió hacia la ventana de las criadas. El corazón le latía de tal forma que lo escuchaba perfectamente; a veces se le cortaba la respiración, otras, respiraba profundamente. Una lamparita ardía en la habitación. Katiusha permanecía sentada ante la mesa, pensativa y con la mirada en el vacío. Nejliúdov permaneció mucho tiempo sin moverse. La observaba, deseando saber qué iba a hacer, suponiendo que nadie la veía. Durante dos minutos permaneció sentada inmóvil, luego levantó los ojos, sonrió, movió la cabeza como haciéndose un reproche y, cambiando de postura, colocó ambas manos con ímpetu sobre la mesa y concentró su mirada ante sí.


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