La conversación con el presidente y el aire puro tranquilizaron un poco a Nejliúdov. Ahora pensó que había exagerado la sensación experimentada en el transcurso de la mañana, pasada en condiciones tan desagradables.
«¡Indudablemente es una coincidencia sorprendente y asombrosa! Y es imprescindible hacer todo lo posible para aliviar la situación, y hacerlo cuanto antes. Inmediatamente. Sí, tengo que enterarme aquí en el Juzgado dónde vive Fanarin o Mikiskin.» Recordó a los dos famosos abogados.
Nejliúdov volvió al Palacio de Justicia, se quitó el abrigo y subió las escaleras. En el primer pasillo se encontró con Fanarin. Le detuvo para decirle que tenía un asunto para él. Fanarin le conocía de vista y sabía su nombre, y le dijo que estaba encantado de poder servirle.
—Aunque estoy cansado…, pero si no es muy largo, explíqueme su asunto. Vamos a entrar aquí.
Fanarin condujo a Nejliúdov a una habitación, probablemente el despacho de un juez. Se sentaron junto a la mesa.
—Bueno ¿de qué se trata?
—Ante todo, voy a rogarle —dijo Nejliúdov— que nadie se entere de que tomo parte en este asunto.
—Eso se da por descontado. Así que…