La princesa Sofía Vasílievna había terminado su comida, muy refinada y alimenticia, que siempre hacía sola para que nadie la viera en esta actividad tan poco poética. Junto al diván en que estaba echada se encontraba una mesita con el servicio de café. La princesa Sofía Vasílievna era delgada, larguirucha, morena, de largos dientes y grandes ojos negros.
Se murmuraba que sostenía relaciones con su médico. Nejliúdov olvidaba estas habladurías, pero ahora no sólo las recordó cuando vio al doctor —con su barba untada y reluciente, dividida en dos—, sino que le produjo una sensación desagradable.
Junto a Sofía Vasílievna, en un sillón bajo y tapizado, permanecía sentado Kolosov junto a la mesita y movía el café. En la mesita había una copa de licor.
Missy entró con Nejliúdov en la habitación de la madre, pero no se quedó allí.
—Cuando mamá se canse de ustedes y los eche, vengan a verme —dijo dirigiéndose a Kolosov y Nejliúdov, con un tono tan natural como si nada hubiera pasado entre ellos, y sonriendo alegremente y pisando en silencio la gruesa alfombra salió de la habitación.