Tan pronto como suspendieron por primera vez la vista, Nejliúdov se levantó y salió al pasillo con la determinación de no volver más al Palacio de Justicia, que hicieran con el muchacho lo que les diera la gana, pero él no podía tomar más parte en esa tontería horrible e infame.
Enterado de dónde estaba el despacho del fiscal, Nejliúdov se dirigió allí. El ujier no quiso dejarle pasar, diciendo que estaba ocupado. Pero Nejliúdov, sin hacerle caso, entró en la antesala y abordó al primer funcionario que le salió al encuentro, diciéndole que anunciara al fiscal que era jurado y que necesitaba verle para un asunto muy importante. Su título de príncipe y su indumentaria elegante ayudaron a Nejliúdov. El oficinista le anunció y le dejaron entrar. El fiscal le recibió de pie, sin duda de mal humor por la insistencia con que había solicitado la entrevista.
—¿Qué desea?
—Soy jurado, mi apellido es Nejliúdov, y me es imprescindible ver a la procesada Máslova —dijo con rapidez y decisión, poniéndose colorado y dándose cuenta de que estaba realizando un acto que iba a tener una importancia decisiva en su vida.
El fiscal era un hombre de mediana estatura, moreno, de pelo corto entrecano, ojos brillantes y muy vivos, con una barba espesa y bien cortada y un mentón prominente.