Resurrección

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XLII

«Sin embargo, es necesario que cumpla aquello por lo que he venido —se dijo, animándose—. ¿Qué debo hacer?»

Se puso a buscar con los ojos a algún jefe y, viendo a un hombre enjuto, de mediana estatura y con bigote, que llevaba galones de oficial y andaba entre la gente, se le acercó.

—¿Podría usted decirme, señor —dijo con exagerada amabilidad—, dónde se encuentra la sala de mujeres y dónde se autoriza a hablar con ellas?

—¿Acaso quiere ir al locutorio de mujeres?

—Sí, desearía ver a una de las reclusas —respondió Nejliúdov con la misma exagerada amabilidad.

—Tenía usted que haberlo dicho en la sala de selección. ¿A quién quiere usted ver?

—A Katerina Máslova.

—¿Es política? —preguntó el ayudante del director.

—No, es sencillamente…

—¿Está condenada?

—Sí, anteayer fue condenada —contestó Nejliúdov con sumisión, temiendo de algún modo estropear la buena disposición del oficial, quien, sin duda por la forma de vestir de Nejliúdov, decidió que merecía prestarle atención.


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