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XLVII

Nejliúdov llevaba mucho tiempo esperando en el vestíbulo.

Al llegar a la prisión, llamó a la puerta principal y entregó al centinela de turno la autorización del fiscal.

—¿A quién quiere ver?

—A la reclusa Máslova.

—Ahora no puede ser, el director está ocupado.

—¿Está en la oficina? —preguntó Nejliúdov.

—No, aquí en el locutorio —contestó el centinela cohibido, según le pareció a Nejliúdov.

—¿Acaso es día de visita?

—No, es un asunto especial.

—¿Cómo podría verle?

—Cuando salga, dígaselo. Espere.

En aquel momento, por la puerta lateral salió un sargento con galones relucientes, el rostro brillante y el bigote impregnado de humo de tabaco. Se dirigió con severidad al centinela.

—¿Por qué le ha dejado pasar?… A la oficina…

—Me han dicho que el director está aquí —intervino Nejliúdov, extrañado de la preocupación que también se notaba en el sargento.

En ese preciso instante se abrió la puerta del fondo y salió Petrov, sudoroso y excitado.

—Se acordará —dijo mirando al sargento.

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