Al despertarse al día siguiente, Nejliúdov recordó lo sucedido la víspera y le dio miedo.
Pero a pesar del miedo, decidió que continuaría lo empezado, más resueltamente que nunca.
Con tal disposición de ánimo, salió de su casa y fue a ver a Máslennikov. Iba a pedirle una autorización para visitar en la prisión además de a Máslova, a la viejecita Menshova con su hijo, por quienes se había interesado Katiusha. También para entrevistarse con Bogodújovskaya, que podía ser útil a Máslova.
Nejliúdov conocía a Máslennikov hacía mucho, desde los tiempos en que éste desempeñaba el cargo de cajero del regimiento. Era un oficial de buenos sentimientos y cumplidor de su deber que ni sabía ni quería saber nada de lo que pasaba en el mundo, salvo lo que concernía al ejército y a la familia imperial.
Ahora Nejliúdov le encontró de administrador. Había dejado el ejército para dedicarse a la administración y al gobierno provincial. Estaba casado con una mujer rica y enérgica, que le había obligado a pasar del ejército a ocupar un puesto civil.
Se burlaba de él y le acariciaba como si se tratase de un animal amaestrado. Nejliúdov estuvo una vez en su casa el invierno anterior, pero le pareció tan poco interesante esa pareja que no volvió.