La oficina constaba de dos habitaciones. En la primera había una gran estufa desconchada, dos ventanas grandes y sucias; en un rincón un aparato negro para tallar a los presos y en otro estaba colgada una gran imagen de Cristo, que nunca faltaba en ningún lugar de tortura. En esa primera habitación había varios carceleros. En la otra, sentados a lo largo de las paredes, en pequeños grupos o en parejas, figuraban unas veinte personas, hombres y mujeres, que hablaban en voz baja. Junto a la ventana había un escritorio.
El director se sentó detrás de la mesa y le ofreció una silla. Nejliúdov tomó asiento y se puso a mirar a la gente que estaba en la habitación.