Resurrección

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LVI

Su conversación fue interrumpida por el director, quien se levantó y dijo que el tiempo de la entrevista había terminado y debían marcharse. Nejliúdov se puso en pie, se despidió de Vera Efrémova y se retiró hacia la puerta, ante la que se detuvo observando lo que ocurría entre los demás.

—Señores, la hora, la hora —decía el director tan pronto levantándose como volviendo a sentarse.

Para cuantos se encontraban en la habitación, tanto reclusos como visitantes, la advertencia del director provocó sólo una animación especial, pero nadie pensó en marcharse. Algunos se levantaron y continuaron hablando en pie. Otros continuaban sentados y hablando. Resultaba emocionante ver a la madre con el hijo tuberculoso. El muchacho no dejaba de dar vueltas al papel y su cara se ponía cada vez más irritada, tan enorme era el esfuerzo que hacía para no contagiarse de la desesperación de su madre. Ésta, al oír que había que marcharse, colocó la cabeza sobre su hombro y sollozó sorbiendo por la nariz. La muchacha de los ojos saltones —Nejliúdov la vigilaba involuntariamente— permanecía en pie ante la madre que sollozaba, y le decía algo tranquilizador. El viejo de las gafas azules, en pie, sostenía la mano de su hija, y movía la cabeza afirmativamente mientras ésta le decía algo. Los jóvenes enamorados se levantaron y se sostenían las manos mirándose en silencio a los ojos.


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