Resurrección

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IV

Al pasar la verja, Nejliúdov se encontró en el sendero que atravesaba un prado de llantén a una joven campesina que caminaba rápidamente con sus gruesos pies descalzos, con una falda abigarrada y pendientes. Regresando a la casa movía rápidamente el brazo izquierdo perpendicularmente a su paso, y con el derecho apretaba con fuerza, contra el vientre, un gallo rojo. El gallo, con su balanceante cresta roja, parecía completamente tranquilo, y poniendo los ojos en blanco estiraba y encogía una de sus patas negras y enganchaba con sus garras la falda de la moza. Cuando la muchacha empezó a aproximarse al señor, primero acortó el paso y comenzó a caminar despacio. Al cruzarse con él, se detuvo, echó hacia adelante la cabeza, hizo una reverencia y sólo cuando hubo pasado continuó su camino con el gallo. Cerca del pozo, Nejliúdov se encontró a una vieja que llevaba sobre su encorvada espalda —con una blusa sucia de tosco lienzo— unos pesados cubos llenos de agua. La vieja dejó con cuidado los cubos en el suelo y, lo mismo que la chica, le hizo una reverencia.





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