La prisión estaba lejos y ya era tarde, por eso Nejliúdov tomó un coche. En una de las calles, el cochero, un hombre de mediana edad, de rostro inteligente y bondadoso, se volvió a Nejliúdov y le indicó una enorme casa en construcción.
—Mire qué casa han construido —dijo como si en parte fuera responsable de esta construcción y se enorgulleciera de ello. Efectivamente, se estaba construyendo una casa enorme y con un estilo complicado y nada común. Una armazón sólida de grandes largueros de pino, sujetos con abrazaderas de hierro, rodeaban la obra y aislaban de la calle con una valla de tablas. Bajo los andamios, los obreros se movían como hormigas y estaban salpicados de cal: unos colocaban ladrillos, otros partían piedras y los terceros subían cubos llenos y los bajaban vacíos.
Un señor grueso y magníficamente vestido, probablemente el arquitecto, permanecía junto al armazón y hablaba con un carpintero, un hombre de la provincia de Vladímir, que le escuchaba con respeto.