El conde Iván Mijáilovich, ex ministro, era hombre de convicciones muy firmes.
Las convicciones del conde Iván Mijáilovich, desde sus años juveniles, consistían en que lo mismo que en los pájaros es natural alimentarse de gusanos, estar cubiertos de plumas y volar por el aire, a él le era natural comer manjares exquisitos, preparados por buenos cocineros, estar vestido con los trajes más cómodos y mejores, viajar con los más tranquilos y mejores caballos, y que, por tanto, todas estas cosas tenían que estar preparadas para él. Además, el conde Iván Mijáilovich consideraba que cuanto más dinero recibiera del Tesoro, más condecoraciones consiguiera, incluidas las insignias de diamantes, y más veces se entrevistara y hablara con personajes coronados de uno y otro sexo, sería tanto mejor. Todo lo demás, en comparación con estos dogmas establecidos, lo consideraba de poca importancia y falto de interés. Lo demás podía ser como era o completamente distinto. De conformidad con esta creencia, el conde Iván Mijáilovich había vivido y actuado en San Petersburgo a lo largo de cuarenta años, al cabo de los cuales había alcanzado el puesto de ministro.