Resurrección

XVII

En casa de la condesa Katerina Ivánovna se cenaba a las siete y media. La cena se servía por un procedimiento nuevo, que Nejliúdov no había visto nunca. La comida se ponía en la mesa y los lacayos se marchaban inmediatamente, de forma que los comensales se servían ellos mismos. Los hombres no permitían a las damas que se molestasen con movimientos superfluos y, como sexo fuerte, llevaban virilmente todo el peso de servir a las damas, servirse a sí mismos y escanciar las bebidas. Cuando se terminaba un plato, la condesa pulsaba un timbre eléctrico instalado en la mesa, entraban en silencio los lacayos, quitaban los platos, cambiaban los cubiertos y traían el siguiente. La comida era refinada, lo mismo que los vinos. En la gran cocina bien iluminada trabajaba un chef francés con dos cocineros vestidos de blanco. Eran seis los comensales: el conde y la condesa, su hijo, oficial de la Guardia, de aspecto taciturno, que ponía los codos sobre la mesa; Nejliúdov, la lectora, una señorita francesa, y el administrador del conde, recién llegado de la aldea.




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