—¡Es horroroso! —decía Nejliúdov, saliendo al vestíbulo con el abogado, que guardaba unos papeles en la cartera—. En un asunto que está clarísimo, ponen pegas a la forma y lo deniegan.
—La causa fue echada a perder en el Juzgado —dijo el abogado.
—Y Selenin también está a favor de la denegación. ¡Horrible! ¡Horrible! —continuaba repitiendo Nejliúdov—. ¿Qué hacer ahora?
—Presentaremos una instancia al emperador. Entréguela usted mismo, mientras está aquí.
En ese momento, el pequeño Wolf, con sus condecoraciones y su toga, entró en el vestíbulo y se acercó a Nejliúdov.
—Qué le vamos a hacer, querido príncipe. No había suficientes motivos de casación —dijo, se encogió de hombros, cerró los ojos y prosiguió su camino.
A continuación de Wolf entró Selenin. Se había enterado por los magistrados de que Nejliúdov, su antiguo amigo, estaba allí.
—¡Vaya! No esperaba encontrarte aquí —dijo acercándose a Nejliúdov y sonriendo con los labios, en tanto que sus ojos permanecían tristes.
—Y yo no sabía que eras fiscal general…