Resurrección
Resurrección Al llegar a Moscú, lo primero que hizo Nejliúdov fue ir a la enfermería de la prisión, para comunicar a Máslova la triste noticia de que el Tribunal Supremo había confirmado la decisión del Tribunal, y que era necesario prepararse para Siberia.
Sobre la petición de gracia dirigida al emperador que había redactado el abogado y que ahora llevaba a Máslova para que la firmase, tenía pocas esperanzas. Por raro que parezca, ahora no quería que tuviese éxito. Se hacía la idea de ir a Siberia, de vivir entre los deportados y condenados a trabajos forzados, y le resultaba difícil imaginarse cómo arreglaría su vida y la de Máslova si la indultaran. Recordaba las palabras del escritor americano Thoreau, quien, en la época en que en América existía la esclavitud, afirmaba que el único sitio para el ciudadano decente donde las leyes protegen de la esclavitud es la cárcel. De la misma forma pensaba Nejliúdov, sobre todo después de su viaje a San Petersburgo y de cuanto allí se enteró.
«Sí, el único sitio decente para una persona honrada en Rusia en estos tiempos ¡es la cárcel!», pensó. E incluso lo experimentó al acercarse a la cárcel y entrar en su recinto.
El portero de la enfermería reconoció a Nejliúdov, y le hizo saber que Máslova ya no estaba allí.
—¿Y dónde está?
—Pues otra vez en la prisión.
