Desde Nizhni hasta Perm, Nejliúdov no logró ver a Katiusha más que dos veces: una, en Nizhni, antes de que encerraran a los presos en una chalana rodeada de tela metálica, y otra en Perm, en la oficina de la prisión. Y en ambas entrevistas la encontró reservada y hostil. A sus preguntas de si estaba bien y si necesitaba algo, respondía con evasivas, con turbación y —según le pareció— con un sentimiento hostil de reproche, que ya había surgido en ella antes. Ese estado de ánimo sombrío obedecía únicamente a que la importunaban los hombres a quienes estaba sometida, pero hacía sufrir a Nejliúdov. Temía que bajo las condiciones penosas y depravadas en que se encontraba durante el traslado cayera de nuevo en ese descorazonamiento y esa desesperación en que se irritaba contra él y fumaba sin tregua y bebía vino para olvidar. Pero no podía ayudarla en nada, porque durante los primeros tiempos del viaje no tuvo oportunidad de verla. Después de su traslado con los políticos no sólo pudo convencerse de lo infundado de sus temores, sino que, en cada entrevista con ella notaba más determinada la transformación interior que tan intensamente deseaba ver. Durante la primera entrevista en Tomsk, volvió a ser como antes de la partida. No se turbó ni ensombreció al verle; al contrario, le recibió con alegría y sencillez, agradeciendo lo que había hecho por ella y, sobre todo, por haberla llevado con los que estaba ahora.