El día en que estaban formando para iniciar la etapa y surgió la disputa entre el oficial de la escolta y el preso, a causa de la niña, Nejliúdov, que había dormido en una fonda, se despertó tarde y se entretuvo escribiendo unas cartas. Salió de la posada más tarde que de costumbre y no alcanzó la columna de camino —como hacía habitualmente—, y llegó a la aldea donde hacían un alto cuando ya había anochecido. Después de secarse la ropa en una posada que regentaba una viuda gruesa, de cierta edad, con un cuello blanco de un grosor descomunal, Nejliúdov tomó el té en una sala limpia, adornada con una gran cantidad de iconos y cuadros, y se apresuró hacia el patio donde estaba la columna. Quería pedirle al oficial autorización para una entrevista.
En las últimas seis etapas todos los oficiales de escolta, a pesar de que se relevaban, no permitieron a Nejliúdov que entrase en el local donde se detenía la columna. Hacía, por tanto, más de una semana que Nejliúdov no veía a Katiusha. Esta rigidez obedecía a que se esperaba a un alto funcionario de prisiones. El funcionario había pasado sin dignarse visitar la columna, y Nejliúdov confiaba en que el oficial que se había hecho cargo por la mañana del convoy le autorizase, igual que los anteriores oficiales, la entrevista con los presos.