La estufa se encendió, caldeó la estancia, el té estaba hecho y repartido en vasos y tazas, blanqueado con un poco de leche. Sacaron rosquillas, pan tierno blanco y de centeno, huevos duros, mantequilla y cabeza y patas de ternera. Todos se acercaron al catre que sustituía a la mesa, bebían, comían y hablaban. Rántseva estaba sentada en un cajón, escanciando el té. A su alrededor se agruparon todos, a excepción de Kryltsov, el cual, habiéndose quitado la pelliza mojada y habiéndose envuelto en la manta seca, permanecía acostado en su catre y hablaba con Nejliúdov.
Después del frío y la humedad que soportaron durante la marcha, de la suciedad y el desorden que había en el alojamiento y de los esfuerzos para poner todo bien, de comer y tomar té caliente, todos se encontraron en el más agradable y alegre estado de ánimo.