A pesar del fracaso en la prisión, Nejliúdov continuaba con su excitada actividad y se fue a la oficina del Gobierno militar. Quería enterarse de si se había recibido allí el documento sobre el indulto de Máslova. El papel no había llegado y por eso Nejliúdov se apresuró a regresar al hotel, y sin dejarlo para más tarde, escribió sobre ello a Selenin y al abogado.
Al terminar las cartas miró el reloj y vio que era hora de ir a cenar a casa del general.
De camino pensó otra vez cómo tomaría Katiusha lo de su indulto. ¿Dónde la desterrarían? ¿Cómo iba a vivir con ella? ¿Qué haría Simonson? ¿Qué sentía Katiusha hacia él? Recordó el cambio que se había experimentado en ella, y también su pasado.
«Hay que olvidar eso, borrarlo —pensó, y de nuevo se dio prisa por alejar esas ideas—. Ya se verá qué pasa», se dijo, y empezó a pensar en lo que tenía que decir al general.
La cena en casa del gobernador, organizada con todo el esplendor de la gente rica y de los funcionarios importantes, le resultó, después de largas privaciones, no sólo un lujo, sino muy agradable hasta en las comodidades más elementales.