Las aventuras de Tom Sawyer

Siguió el camino de vuelta al embarcadero. No se veía a nadie por allí y entró sin empacho en la barca, porque sabía que no habían de molestarle, pues aunque quedaba en ella un guarda, tenía la inveterada costumbre de meterse en la cama y dormir como un santo de piedra. Desamarró el bote, que estaba a popa, se metió en él y remó con precaución arriba, Cuando llegó a una milla por encima del pueblo empezó a sesgar la corriente, trabajando con brío. Fue a parar exactamente al embarcadero, en la otra orilla, pues era empresa con la que estaba familiarizado. Tentado estuvo de capturar el bote, arguyendo que podía ser considerado como un barco y, por tanto, legítima presa para un pirata; pero sabía que se le buscaría por todas partes, y eso podía acabar en descubrimientos. Así, pues, saltó a tierra y penetró en el bosque, donde se sentó a descansar un largo rato, luchando consigo mismo para no dormirse, y después se echó a andar, fatigado de la larga caminata, hasta la isla. La noche tocaba a su término; ya era pleno día cuando llegó frente a la barra de la isla. Se tomó otro descanso hasta que el sol estuvo ya alto y doró el gran río con su esplendor, y entonces se echó a la corriente. Un poco después se detenía, chorreando, a un paso del campamento, y oyó decir a Joe:



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