Las aventuras de Tom Sawyer

—Espera…, espera un momento. No te ocupes ahora de cómo se llamaba tu acompañante. En el momento oportuno comparecerá también. ¿Llevasteis allí alguna cosa?

Tom vaciló y parecía abochornado.

—Dilo, muchacho…, y no tengas escrúpulos. La verdad es siempre digna de respeto. ¿Qué llevabas al cementerio?

—Nada más que un…, un… gato muerto.

Se oyeron contenidas risas, a las que el tribunal se apresuró a poner término.

—Presentaré a su tiempo el esqueleto del gato. Ahora, muchacho, dinos todo lo que ocurrió; dilo a tu manera, no te calles nada, y no tengas miedo.

Tom comenzó, vacilante al principio, pero a medida que se iba adentrando en el tema las palabras fluyeron con mayor soltura. A los pocos instantes no se oyó sino la voz del testigo y todos los ojos estaban clavados en él. Con las bocas entreabiertas y la respiración contenida, el auditorio estaba pendiente de sus palabras, sin darse cuenta del transcurso del tiempo, arrebatado por la trágica fascinación del relato. La tensión de las emociones reprimidas llegó a su punto culminante cuando el muchacho dijo: «Y cuando el doctor enarboló el tablón y Muff Potter cayó al suelo, Joe el Indio saltó con la navaja y…»

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