—Anda, Tom; sé un buen chico.
Y Tom se los puso, gruñendo. Mary se arregló enseguida, y los tres niños marcharon a la escuela dominical, lugar que Tom aborrecÃa con toda su alma; pero a Sid y a Mary les gustaba.
Las horas de esa escuela eran de nueve a diez y media, y después seguÃa el oficio religioso. Dos de los niños se quedaban siempre, voluntariamente, al sermón, y el otro siempre se quedaba también…, por razones más contundentes. Los asientos, sin tapizar y altos de respaldo, de la iglesia podrÃan acomodar unas trescientas personas; el edificio era pequeño e insignificante, con una especie de cucurucho de tablas puesto por montera, a guisa de campanario. Al llegar a la puerta, Tom se echó un paso atrás y abordó a un compinche también endomingado.
—Oye, Bill, ¿tienes un vale amarillo?
—SÃ.
—¿Qué quieres por él?
—¿Qué me das?
—Un cacho de regaliz y un anzuelo.
—Enséñalos.