El faro del fin del mundo

DESPUES DEL NAUFRAGIO

Al amanecer del siguiente día, la tempestad se desencadenó con más fuerza todavía. El mar aparecía blanco hasta su limite más lejano. En el extremo del cabo las olas espumaban a quince y veinte pies de altura. No era posible que con tan furioso temporal se pudiera entrar ni salir de la bahía. El aspecto del cielo, siempre amenazador, anunciaba que la tormenta se prolongarla algún tiempo en aquellos parajes magallánicos. Era pues, de toda evidencia que la goleta no podría zarpar aquella mañana. Fácil es imaginar la cólera de Kongre y de su banda. Tal era la situación, de la que Vázquez se dio cuenta cuando se levantó al lucir las primeras luces del alba. Y he aquí el espectáculo que apareció ante sus ojos:

A trescientos pasos yacía el barco náufrago, de unas quinientas toneladas. De su arboladura no quedaba más que tres troncos rotos por su base, bien fuera porque el capitán se vio precisado a hacerlo o porque se hubieran venido abajo en el choque. En la superficie del mar no había ningún resto del naufragio ; pero, bajo el formidable impulso del viento, era muy posible que esos despojos hubieran sido arrojados al fondo de la bahía de Elgor. Si así era, Kongre debía ya saber que se había perdido un barco en los arrecifes del cabo San Juan.

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