Aquel día decidieron los piratas hacerse a la mar con la goleta, y Kongre hizo sus preparativos para zarpar por la tarde. Era de creer que a esa hora el sol habría ya disipado la niebla, y la marea descendente favorecería la salida. La goleta llegaría a la altura del cabo San Juan hacia las siete y el largo crepúsculo de aquellas latitudes le permitiría doblarlo antes de anochecer.
De no haberlo impedido la bruma, la goleta hubiera podido partir aprovechando el reflujo de la mañana. Efectivamente, todo estaba dispuesto a bordo: cargamento completo, víveres en abundancia, los que procedían del Century y los que se habían retirado del almacén del faro, en el que no quedaba más que el mobiliario y los utensilios, con los que Kongre no había querido abarrotar más la cala. Aunque se había aligerado de parte de su lastre, la goleta calaba más de lo normal y no hubiera sido prudente rebasar todavía algunas pulgadas su línea de flotación.
Poco antes de mediodía, en tanto se paseaban cerca del faro, Carcante dijo a Kongre:
—La niebla empieza a levantarse y pronto el mar quedará despejado. Con estas brumas suele calmarse el viento y el mar.
—Creo que al fin saldremos — contestó Kongre—, y que nada dificultará nuestra navegación hasta el estrecho.