El faro del fin del mundo

A las cuatro, los oficiales estaban a bordo, después de despedirse de Vázque z, Felipe y Moriz, que permanecieron en la playa esperando el momento de la partida. A las cinco, la negra humareda que salía por la chimenea del “aviso” indicaba que las calderas del barco estaban bajo presión. El Santa Fe levaría anclas en cuanto el reflujo se hiciera sentir.

A las seis menos cuarto, el comandante dio orden de virar. El vapor se escapaba, silbando, por la válvula de seguridad.

El segundo de a bordo vigilaba la maniobra desde la proa.

El Santa Fe se puso en marcha, saludado por los adioses de los tres torreros. Y si Vázquez y sus camaradas experimentaron una profunda emoción al ver partir el “aviso”, no fue menor la sentida por los oficiales y tripulación al dejar a estos tres hombres en aquella isla de la extrema América.

El Santa Fe, a velocidad moderada, siguió la costa que limita al noroeste la bahía de Elgor, y no serian las ocho cuando ya estaba en plena mar. Doblado el cabo San Juan, empezó a navegar a todo vapor, dejando el estrecho al oeste, y cuando cerró la noche, el faro del Fin del Mundo apareció en el horizonte como una esplendorosa estrila.

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