El faro del fin del mundo

DURANTE TRES DIAS

Fácil es imaginarse a qué grado de exasperación llegarían Kongre, Carcante y los otros. En el preciso momento en que iban a dejar la isla, les había detenido un obstáculo imposible de prever... Y en cuatro o cinco días, tal vez en menos, el “aviso” podría presentarse en la entrada de la bahía de Elgor. Seguramente, de haber sido menos graves las averías de la coleta, Kongre no hubiese dudado en buscas otro fondeadero. Hubiera ido, por ejemplo, a refugiarse en el abra de San Juan, que al doblar el cabo se encuentra en la costa septentrional de la isla. Pero en el estado en que se encontraba el barco, hubiera sido una locura pretender realizar semejante travesía; hubiérase ido al fondo antes de llegar a la altura de la punta. 

El recorrido había de hacerlo con viento de popa, y el agua no hubiese tardado en invadir la bodega; por lo menos la carga se hubiera perdido irremisiblemente. Se imponía, por lo tanto, el regreso a la caleta del faro, y Kongre había obrado muy cuerdamente al acordarlo. Durante aquella noche nadie durmió a bordo, dedicándose todos a la vigilancia más estricta, en prevención de un nuevo ataque. Era de temer que una tropa numerosa, superior a la banda Kongre, hubiera desembarcado en la isla. Tal vez se conociera ya en Buenos Aires la existencia de esta banda de piratas, y el gobierno argentino tratase de destruirla.

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