El faro del fin del mundo

Nada más cierto que se trataba de un vapor. Distinguíase el humo, que se escapaba en volutas espesas; lo que demostraba que la máquina activaba sus fuegos. Y que este vapor fuera el “aviso” era cosa indudable para Kongre y Carcante, que habían visto varias veces el barco argentino durante los trabajos de construcción del faro. Además, este navío se dirigía directamente sobre la bahía. Si la intención de su capitán hubiera sido dar en el estrecho de Lemaire, hubiera puesto la proa más al oeste, y más al sur si su intención era pasar a la altura de la punta Several.

—¡Sí! —dijo al fin Kongre—

¡Es el “aviso”!

—¡Maldita suerte, que nos ha retenido aquí tanto tiempo! —exclamó Carcante—. Sin la intervención de esos pillos, que por dos veces nos han retardado, ya estaríamos en pleno Pacífico.

—Bueno; la situación no se arregla con palabras —dijo Kongre—. Es necesario adoptar una resolución. 

—¿Cuál? —Zarpar 

—¿Cuándo? —Inmediatamente. 

—Pero antes que estemos lejos, el “aviso” estará en la entrada de la bahía. 

—Sí, pero no podrá entrar. 

—¿Y por qué?

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