El faro del fin del mundo

No debía forjarse ilusiones sobre la suerte que le esperaba. Sería conducido a Buenos Aires, donde pagaría con su cabeza toda una existencia de robos y de crímenes. Kongre permanecía inmóvil sobre la roca más elevada, contra la cual rompía el mar dulcemente. Sus miradas recorrían la caleta. Cerca del “aviso” pudo ver aquella goleta que la suerte le había enviado tan oportunamente al cabo San Bartolomé y que un azar contrario se la había arrebatado.

¡Qué de pensamientos debían amontonarse en aquel cerebro! ¡Qué de amarguras!... De no haber llegado el Santa Fe, ya estaría en pleno Pacifico, donde le hubiera sido más fácil sustraerse a todas las persecuciones y asegurar su impunidad. Se comprende el interés que el comandante Lafayate tenía en apoderarse de Kongre. Dio sus órdenes, y el segundo, Riegal, seguido de media docena de marineros, se lanzó por la izquierda para flanquear las rocas, a fin de apoderarse del bandido. Vázquez guiaba este grupo por el camino más corto.

No habían andado cien metros cuando se oyó una detonación, y se vio caer un cuerpo en el vacío y abismarse entre las aguas del mar.

Kongre había sacado un revólver de su cinto y se había disparado un tiro en la cabeza. El miserable se había hecho justicia, y la marea descendente arrastraba su cadáver hacia alta mar.

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