—Entendido —contestó Moriz. Vázquez y Felipe se apostaron, y con el anteojo pudieron comprobar que el venado no se había movido del sitio donde apareciera. Su atención se trasladó luego a Moriz.
Este dirigíase hacia el bosque, y una vez a cubierto, tal vez podría, sin espantar al animal, ganar las rocas para tomarle de revés, obligándole a huir del lado del mar. Sus camaradas pudieron seguirle con la mirada hasta el momento en que desapareció entre las hayas. Pasó una media hora; el venado continuaba inmóvil, y Moriz debía estar va de él a tiro de fusil.
Vázquez y Felipe esperaban, pues, una detonación y que el animal cayese, o, por el contrario, huyera a toda velocidad.
Sin embargo, ninguna detonación turbó el silencio de la isla, y con gran sorpresa de Vázquez y Felipe, he aquí que de pronto el animal, en vez de retirarse, se echó al suelo, con el cuerpo desmayado, como si no hubiera tenido fuerza para sostenerse. Casi inmediatamente, Moriz, que había conseguido deslizarse por entre las rocas, apareció súbitamente, lanzándose hacia el venado, que no se movió. Luego, volviéndose hacia el faro, hizo senas a sus compañeros para que se le reunieran.
—Algo extraordinario ocurre; vamos, Felipe —dijo Vázquez.
Y los dos corrieron hacia donde Moriz les esperaba.
No tardaron diez minutos en franquear la distancia.