No encontraron más que una avería de alguna importancia: una depresión del casco en una longitud de metro y medio. Esta abolladura debía provenir de un choque contra alguna roca, antes que la goleta embarrancase en el banco de arena.
Se imponía la reparación antes de hacerse a la mar, a menos que se tratara de una breve travesía con tiempo bonancible. Era probable que esta reparación exigiese una semana, suponiendo que se dispusiera de los materiales y útiles necesarios para el trabajo. Cuando Kongre y sus compañeros supieron a qué atenerse, tremendas maldiciones sucedieron a los hurras con que habían saludado el salvamento de la Maule. ¿Es que la coleta no iba a poder navegar?... ¿Es que no iban a poder abandonar todavía la Isla de los Estados?... Kongre intervino diciendo: —Efectivamente, la avería es grave. En el estado en que está no hay que pretender navegar con la goleta. Hay cientos de millas que recorrer para ganar las islas del Pacifico. Sería correr un gran riesgo. Pero esta avería es reparable, y la repararemos.
—¿Dónde? —preguntó uno de los chilenos, que no ocultaba su inquietud.
—No será aquí —declaró otro de sus compañeros.