Leer online El faro del fin del mundo

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Uno de los torreros había podido sustraerse a la muerte. ¿Dónde se había refugiado? Ya sabemos que a Kongre no le preocupaba este detalle. Solo, y sin recursos, el fugitivo habría sucumbido bien pronto a la miseria y al hambre.

No obstante que no escaseaba el tiempo hábil para las reparaciones de la goleta, había que contar con los retrasos posibles, y precisamente desde el principio se debió interrumpir el trabajo apenas comenzado.

La tierra estaba tan desierta como la bahía, sin que la animaran más que los gritos y el vuelo de los millares de pájaros que anidaban entre las rocas. Hacia las once de la mañana, la chalupa atracó frente a la caverna. Kongre y Carcante desembarcaron, dejando al cuidado de la barca a dos de sus hombres, y se dirigieron a la caverna, de la que no salieron hasta pasada media hora. Las cosas les pareció encontrarlas en el mismo estado que ellos las dejaran. Por otra parte, había allí un montón de objetos heterogéneos, que hubiera sido muy difícil comprobar si faltaba alguno.

Kongre y su compañero sacaron dos cajas, cuidadosamente cerradas, procedentes del naufragio de un barco inglés, que encerraban una cantidad considerable en monedas de oro y piedras preciosas. Las depositaron en la chalupa, y disponíanse a partir cuando Kongre manifestó el deseo de ir hasta el cabo San Juan. Desde allí se podría observar el litoral en dirección norte y sur.

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