Los Hijos del Capitán Grant en la América del Sur

-Nada me admira en Santiago Paganel -dijo lord Glenarvan-, sus distracciones lo han hecho célebre. Una vez puso el Japón en un mapa que publicó de América. Lo que no le impide ser un sabio distinguido y uno de los mejores geógrafos de Francia. Se pensó, entonces, que el sabio podría descender en el primer puerto que tocaran. Inmediatamente regresó Paganel, avergonzado y cariacontecido, luego de verificar que tenía a bordo su equipaje. No podía dejar de repetir: ¡el Duncan! ¡el Duncan! mientras caminaba de un lado a otro y examinaba el horizonte. 

Luego se aseguró del destino que llevaba el yate y comenzó a desesperarse por su misión en la India y por lo que opinarían los miembros de la Sociedad Geográfica ante los que, creía, ya no podría presentarse más. Lord Glenarvan trató de calmarlo asegurándole que sólo sufriría un pequeño retraso si descendía en el puerto de la isla Madera para, de allí, regresar a Europa. Santiago Paganel le agradeció su sugerencia, pero ya que el Duncan era un yate de excursión le propuso a su propietario que pusieran rumbo a la India para realizar así un inesperado viaje de paseo, pero los movimientos negativos de cabeza de sus oyentes casi no le permitieron terminar su propuesta. Inmediatamente le informaron de la finalidad de ese viaje: recoger a unos náufragos abandonados en la Patagonia. 

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