—Se trata sin duda alguna de un escrito numérico decía el profesor, frunciendo el entrecejo. Pero existe un secreto que tengo que descubrir, porque de lo contrario…
Un gesto de iracundia terminó su pensamiento.
—Siéntate ahí, y escribe —añadió indicándome la mesa con el puño.
Obedecí con presteza.
—Ahora voy a dictarte las letras de nuestro alfabeto que corresponden a cada uno de estos caracteres islandeses. Veremos lo que resulta. ¡Pero, por los clavos de Cristo, cuida de no equivocarte!
Él empezó a dictarme y yo a escribir las letras, unas a continuación de las otras, formando todas juntas la incomprensible sucesión de palabras siguientes:
mm.rnlls esreuel seecJde
sgtssmf unteief niedrke
kt,samn atrateS Saodrrn
erntnael nuaect rrilSa
Atvaar.nxcrc ieaabs
Ccdrmi eeutul frantu
dt,iac oseibo kediiY
Una vez terminado este trabajo me arrebató vivamente mi tío el papel que acababa de escribir, y lo examinó atentamente durante bastante tiempo.
—¿Qué quiere decir esto? —repetía maquinalmente.