Viaje al centro de la tierra

—¡Qué dices, insensato! ¡Un catedrático del Johannaeum que no supiera dar una explicación de un fenómeno cósmico sería un bochorno inaudito!

Y al expresarse de este modo; mi tío, medio desnudo, con la bolsa de cuero alrededor de la cintura, y afianzándose las gafas sobre la nariz, volvió o ser otra vez el terrible profesor de mineralogía.

Una hora después de haber abandonado el bosque de los olivos, llegamos al puerto de San Vicenzo, donde Hans reclamó el importe de su decimotercia semana de servicio, que le fue religiosamente pagado, cruzándose entre todos los más calurosos apretones de manos.

En el momento aquel, si no participó de nuestra natural y legítima emoción, se dejó arrastrar por lo menos por un impulso de extraordinaria expansión.

Estrechó ligeramente nuestras manos con las puntas de sus dedos y se dibujó en sus labios una ligera sonrisa.


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