Viaje al centro de la tierra

—¡Que su aguja señala hacia el Sur, en vez de señalar hacia el Norte!

—¿Qué dices?

—¡Mire usted! ¡Sus polos están invertidos!

—¡Invertidos!

Mi tío miró, comparó y pegó un salto que hizo retemblar la cosa.

¡Qué luz tan viva iluminó de repente su inteligencia y la mía!

—¿De suerte —exclamó cuando pudo recuperar el use de la palabra, que desde nuestra llegada al cabo Saknussemm, la aguja de esta condenada brújula señalaba hacia el Sur, en vez de señalar hacia el Norte?

—No cabe duda alguna.

—Nuestro error se explica entonces de un modo satisfactorio. Pero, ¿qué fenómeno ha podido producir esta inversión de sus polos?

—La cosa no puede ser más sencilla.

—Explícate, hijo mío.

—Durante la tempestad que hubo de desarrollarse en el mar de Lidenbrock, aquel globo de fuego que imanó el hierro de la balsa, desorientó nuestra brújula, invirtiendo sus polos.

—¡Ah! —exclamó el profesor, soltando la carcajada—, ¡buena nos lo ha jugado la electricidad!

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