Después de eso hubo mártires cristianos: es bien difícil saber con precisión por qué razones esos mártires fueron condenados, pero me atrevo a creer que ninguno lo fue, bajo los primeros césares, solamente por su religión; se toleraban todas, ¿cómo entonces se hubiera podido buscar y perseguir a hombres oscuros, que tenían un culto particular, en un tiempo en que se permitían todas las demás?
Los Titos, los Trajanos, los Antoninos, los Decios no eran unos bárbaros: ¿puede imaginarse que sólo privasen a los cristianos de una libertad de la que disfrutaba toda la Tierra? ¿Se les habría acusado solamente a ellos de celebrar unos misterios secretos mientras que los misterios de Isis, los de Mitra, los de la diosa de Siria, todos extranjeros para el culto romano, eran permitidos sin contradicción? Es preciso que la persecución tuviera otras causas, y que los odios particulares, sostenidos por la razón de Estado, derramasen la sangre de los cristianos.
Por ejemplo, cuando san Lorenzo niega al prefecto de Roma, Cornelio Seculario, el dinero de los cristianos que él custodiaba, es natural que el prefecto y el emperador se irritasen; no sabían que san Lorenzo había distribuido ese dinero entre los pobres, y que había hecho una obra caritativa y santa, lo veían como un refractario y le hicieron perecer.