¡Pero cómo! ¿Acaso se le permitirá a cada ciudadano no creer sino a su razón y no pensar sino lo que le dicte esa razón, ilustrada o equivocada? Es preciso que así sea, mientras que no perturbe el orden; porque no depende del hombre creer o no creer, pero sí depende de él respetar las costumbres de su patria; y si dijerais que es un crimen no creer en la religión dominante, vosotros mismos acusaríais por lo tanto a los primeros cristianos, vuestros padres, y justificaríais a aquellos que acusáis por haberlos entregado al suplicio.
Me respondéis que la diferencia es grande, que todas las religiones son obras de los hombres y que sólo la Iglesia Católica Apostólica Romana es obra de Dios. Pero, sinceramente, porque nuestra religión sea divina ¿debe reinar por medio del odio, de los furores, de los exilios, de la privación de bienes, de las cárceles, de las torturas, de los asesinatos, y por las gracias dadas a Dios por esos asesinatos? Cuanto más divina sea la religión cristiana menos le corresponde al hombre condenarla; si Dios la ha hecho, Dios la sostendrá sin vosotros. Sabéis que la intolerancia solamente produce hipócritas o rebeldes, ¡qué funesta alternativa! Finalmente, ¿querríais sostener por medio de verdugos la religión de un Dios al que unos verdugos hicieron perecer, y que no ha predicado sino la bondad y la paciencia?