La Isla del Dr. Moreau

20. A solas con los monstruos

Les hice frente, pues en ellos estaba mi destino. Estaba solo, tenía un brazo roto y, en el bolsillo, un revólver al que le faltaban dos balas. Entre las astillas esparcidas por la playa encontré las dos hachas con las que habían desguazado los botes. La marea subía a mis espaldas.

No me quedaba más remedio que echarle valor. Miré fijamente los rostros de los Monstruos que se acercaban. Ellos rehuyeron mi mirada y husmearon con los hocicos temblorosos los cadáveres que yacían en la playa a mis espaldas. Avancé unos pasos, recogí el látigo ensangrentado que reposaba junto al cadáver del Hombre Lobo y lo hice restallar.

Se detuvieron y me miraron con extrañeza.

–¡Saludad! –dije–. ¡Inclinaos ante mí!

Vacilaron un instante. Uno de ellos dobló las rodillas. Repetí la orden, con el corazón en un puño, y avancé hacia ellos. Primero se arrodilló uno, luego los otros dos.

Me di la vuelta y caminé hacia los cadáveres, sin apartar la vista de los tres Monstruos arrodillados, como un actor que hace mutis por el foro sin quitar la vista del público.

–Quebrantaron la Ley –dije, al tiempo que apoyaba un pie sobre el Recitador–.

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