La Isla del Dr. Moreau

5. El hombre que no tenía adonde ir

Por la mañana temprano, la segunda tras mi recuperación y creo que la cuarta desde que fui rescatado, desperté en una confusión de sueños tumultuosos –sueños de armas y muchedumbres enfurecidas– y escuché un ronco griterío en cubierta. Me froté los ojos y presté atención, sin saber por un momento dónde me encontraba. A continuación se oyeron pisadas de pies descalzos, luego un ruido de objetos pesados que caían, un violento chirrido y un chasquido de cadenas. Percibí el siseo del agua al virar súbitamente el barco; una espumosa ola de color amarillo verdoso rompió contra el pequeño ojo de buey. Me vestí rápidamente y subí a cubierta.

Al subir por la escala pude ver la amplia espalda y el pelo rojo del capitán perfilándose contra el cielo rosado –estaba saliendo el sol– y la jaula del puma girando sobre el eje de un aparejo de fuerza instalado en la botavara de mesana. El pobre animal parecía muy asustado y se agazapaba en un rincón de la jaula.

–¡Tiradlos por la borda! –gritaba el capitán–. ¡Tiradlos por la borda! Pronto tendremos un barco limpio.

Me estaba cerrando el paso, por lo que me vi obligado a tocarle en el hombro para acceder a la cubierta. Se volvió sobresaltado y retrocedió un poco para mirarme. No hacía falta ser un experto para comprender que el hombre todavía estaba borracho.

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