No puede uno escoger, sino hacerse preguntas. ¿Regresará alguna vez? Puede que se haya deslizado en el pasado y caÃdo entre los salvajes y cabelludos bebedores de sangre de la Edad de Piedra sin pulimentar; en los abismos del mar cretáceo; o entre los grotescos saurios, los inmensos animales reptadores de la época jurásica. Puede estar ahora —si se me permite emplear la frase— vagando sobre algún arrecife de coral OolÃtico [28], frecuentado por los plesiosaurios, o cerca de los solitarios lagos salinos de la Edad Triásica. ¿O marchó hacia el futuro, hacia las edades próximas, en las cuales los hombres son hombres todavÃa, pero en las que los enigmas de nuestro tiempo están aclarados y sus problemas fastidiosos resueltos? Hacia la virilidad de la raza: pues yo, por mi parte, no puedo creer que estos dÃas recientes de tÃmida experimentación de teorÃas incompletas y de discordias mutuas sean realmente la época culminante del hombre. Digo, por mi propia parte. Él, lo sé —porque la cuestión habÃa sido discutida entre nosotros mucho antes de ser construida la Máquina del Tiempo—, no pensaba alegremente acerca del Progreso de la Humanidad, y veÃa tan sólo en el creciente acopio de civilización una necia acumulación que debÃa inevitablemente venirse abajo al final y destrozar a sus artÃfices. Si esto es asÃ, no nos queda sino vivir como si no lo fuera. Pero, para mÃ, el porvenir aparece aún obscuro y vacÃo; es una gran ignorancia, iluminada en algunos sitios casuales por el recuerdo de su relato. Y tengo, para consuelo mÃo, dos extrañas flores blancas —encogidas ahora, ennegrecidas, aplastadas y frágiles— para atestiguar que aun cuando la inteligencia y la fuerza habÃan desaparecido, la gratitud y una mutua ternura aún se alojaban en el corazón del hombre.