El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle asà al hablar de él) nos exponÃa una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, se mostraba encendido y animado. El fuego ardÃa fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendÃa en las burbujas que destellaban y subÃan dentro de nuestras copas. Nuestros sillones, construidos según sus diseños, nos abrazaban y acariciaban en lugar de someterse a que nos sentásemos sobre ellos; y habÃa allà esa sibarÃtica atmósfera de sobremesa, cuando los pensamientos vuelan gráciles, libres de las trabas de la exactitud. Y él nos la expuso de este modo, señalando los puntos con su afilado Ãndice, mientras que nosotros, arrellanados perezosamente, admirábamos su seriedad al tratar de aquella nueva paradoja (eso la creÃamos) y su fecundidad.
—Deben ustedes seguirme con atención. Tendré que discutir una o dos ideas que están casi universalmente admitidas. Por ejemplo, la geometrÃa que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo.
—¿No es más bien excesivo con respecto a nosotros ese comienzo? —dijo Filby, un personaje polemista de pelo rojo.