El fantasma de Canterville

-Lo he sentido mucho por usted -dijo-, pero mis hermanos regresan mañana a Eton, y entonces, si se porta usted bien, nadie lo atormentará.

-Es inconcebible pedirme que me porte bien -le respondió, contemplando estupefacto a la jovencita que tenía la audacia de dirigirle la palabra-. Perfectamente inconcebible. Es necesario que yo sacuda mis cadenas, que gruña por los agujeros de las cerraduras y que corretee de noche. ¿Eso es lo que usted llama portarse mal? No tengo otra razón de ser.

-Eso no es una razón de ser. En sus tiempos fue usted muy malo ¿sabe? La señora Umney nos dijo el día que llegamos que usted mató a su esposa.

-Sí, lo reconozco -respondió incautamente el fantasma-. Pero era un asunto de familia y nadie tenía que meterse.

-Está muy mal matar a nadie -dijo Virginia, que a veces adoptaba un bonito gesto de gravedad puritana, heredado quizás de algún antepasado venido de Nueva Inglaterra.


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