Sucios y cansados, todos ellos con cara de hambre, avanzaban como hormigueros azules que desfilaban hacia el sur, siempre hacia el sur, saliendo de los bosques, llenando los caminos, atravesando los campos. Llevaban dÃas y dÃas caminando incesantemente sobre las huellas de un enemigo que siempre conseguÃa librarse en contumaz retirada. En este avance forzado, los vÃveres de la intendencia llegaban tarde a los campamentos provisionales. En los cortos altos de la marcha, devoraban embutidos mohosos. Algunos se esparcÃan por los campos para desenterrar las remolachas, mascando su dura pulpa entre crujidos y granos de tierra. Los que estaban sentados en el suelo, extraÃan sus pies hinchados y sudorosos de las altas bota. Era el ejército yanqui del general Sherman, victorioso, que pronto llegarÃa a Atlanta la capital del estado de Georgia, almacén de provisiones de los sudistas. Y en aquel mes de febrero de 1805, no sabÃan los agotados portadores del uniforme azul, que mascaban remolachas, que con aquella marcha forzada, remataban triunfalmente una guerra cruel de cuatro largos años.