Las puertas de la prisión se abrieron y el que ya era ex recluso se apresuró a llenarse los pulmones del aire de la libertad. Buck Spencer contempló con melancólica satisfacción aquel paisaje, del que sólo habÃa entrevisto diminutos retazos desde la ventana de su celda, durante los tres años que habÃa permanecido encerrado. En la mano llevaba un modesto maletÃn y veintidós dólares en el bolsillo. Era todo cuanto tenÃa, aparte de las ropas puestas. En circunstancias ordinarias, Spencer no se habrÃa dejado desanimar. TenÃa veintiocho años y su salud era de hierro. Cualquier hombre en sus condiciones, podÃa labrarse un futuro sin demasiada dificultad.