A Gillis Wheeler le gustaba que le llamasen amo, más que jefe o patrón. Wheeler, en el fondo, era un romántico y muchas veces se consideraba de más en esta época. A él le hubiera gustado más vivir en el siglo pasado y en el Sur, dueño de una inmensa plantación y de un millar de esclavos, que curvarÃan el espinazo al paso del amo, montado en un alazán de Kentucky, respetado y considerado por la vecindad y con altas aspiraciones en la polÃtica. Pero como eso no era ya posible en la segunda mitad del siglo , Wheeler tenÃa que conformarse sin la plantación y sin los esclavos, aunque sà habÃa conseguido que le llamasen amo los cuatro miembros que componÃan su pandilla. Wheeler y los suyos se hallaban congregados en una habitación someramente amueblada, aunque habÃa sillas para todos y una ancha mesa redonda en el centro, alrededor de la cual tenÃa lugar la conversación en la que, hasta el momento, Wheeler habÃa llevado la voz cantante. En uno de los ángulos se veÃa un viejo televisor y en la pared opuesta habÃa un gran armario, cuya madera habÃa perdido ya el brillo original hacÃa muchos años.