La habitación estaba en penumbra, aunque para un recién llegado, habrÃa creÃdo en el primer momento que reinaba una casi total oscuridad. Sin embargo, habÃa claridad. La fuente de dicha luz estaba a ciento cincuenta millones de kilómetros y era el Sol. Un rayo penetraba a través de un redondo orificio, de un centÃmetro de diámetro, practicado con una barrena en los cerrados postigos de la ventana. El rayo empezaba en el Sol y terminaba en la mejilla izquierda de un hombre. El hombre estaba sentado sobre una silla, cuyas patas se hallaban sólidamente atornilladas al suelo. Fuertes ligaduras le inmovilizaban en absoluto. Ni siquiera podÃa mover la cabeza. El respaldo tenÃa una prolongación a la cual habÃa sido sujeto el cráneo, por medio de una ancha banda de cinta adhesiva.