Mientras «galopaba» hacia Londkland a la moderada velocidad de cincuenta kilómetros a la hora, Pedro Barrán contemplaba, con una mezcla de envidia y amargura, los bien cuidados campos del Planetlord Angus Vince MacFayren. En comparación con los suyos, y tenÃan poco que envidiar a los de nadie, los campos de MacFayren eran un edén.Claro, se dijo; MacFayren era un Planetlord, un hombre que pertenecÃa a la privilegiada casta de los señores del planeta. En cambio, él era un simple Standard, un hombre de serie, como habÃa muchos miles más en aquel mundo llamado Zengland.MacFayren, como todos los Planetlords, gozaba de una serie de ventajas y distinciones que a él le estaban vedadas. MacFayren podÃa emplear a otros hombres, tantos como quisiera, sin limitación alguna, pagándoles sueldos irrisorios. Si él, Pedro Barrán, quisiera hacerlo, tendrÃa que pasar por tal serie de trabas burocráticas, que encanecerÃa antes de conseguirlo.